Del Obispo Joan Carrera (e.p.d) una de las cosas que más me
impresionó fue su saber discernir los signos de los tiempos y actuar , con
plena libertad de espíritu, en consecuencia.
Antes de venir a la parroquia de San Isidro Labrador en el año
1976 ejerció, la nada fácil en aquellos tiempos, delicada tarea de Vicario
Episcopal para el mundo obrero. Así pues, con un gran bagaje humano y pastoral,
aceptó ser el humilde párroco de San Isidro Labrador, junto con la escuela
parroquial que debía de sacar adelante.
Mientras se enraizaba en la realidad parroquial y escolar, no
dejaba de estar atento a la evolución del mundo, mirando más allá de los
límites de nuestra diócesis y de Cataluña.
En la pastoral parroquial, la religiosidad popular tenía un
espacio que unía diferentes tendencias y sensibilidades. No sin dificultades,
era una manera de enseñar a respetarse las diversas maneras de ser y de hacer.
Y de conectar con el alma y sentir popular.
Cuando otros aires soplaban dejando de lado, a veces con dureza,
lo tradicional sin más, el entonces párroco de San Isidro Mn. Carrera, con toda
naturalidad presidía el Vía Crucis o el Santo Rosario. O se ponía la capa
pluvial azul, para las vísperas de la Inmaculada.
Seguía la tradición de tantos buenos párrocos de la diócesis que
pastoreaban con afecto la feligresía a ellos encomendada, alimentándola con la
sana tradición de la Iglesia, evitando rupturas innecesarias.
Recordemos que en unas
épocas, y para ayudar a hacer feligresía y barrio, se crearon los “Centros
Parroquiales” que eran punto de unión, encuentro y promoción de actividades
culturales y recreativas.
Pasada esa necesidad y
cumplida su función, la mayoría de ellos desaparecieron.
Las parroquias, junto con
la promoción de la fe, ofrecieron un importante ámbito cultural donde, con un
ambiente familiar, muchas personas, venidas de otras partes de España o del
extranjero, recibían importantes complementos humanísticos, entre los que se
encontraban los viajes y excursiones a santuarios y lugares históricos de
relieve.
Hoy, en la crisis en que
muchos conciudadanos se ven sumergidos, nuestro hacer pastoral debe ofrecer
aquellos aspectos que ayuden a participar a todas las personas, evitando todo
aquello que pueda excluir o que pueda dar la impresión de que sólo es para unos
cuantos privilegiados.
El sacerdote y después obispo Joan Carrera, tuvo una especial
sensibilidad en propiciar el diálogo y el entendimiento. Esto le llevó a
padecer no pocas incomprensiones por parte de quienes veían en ello debilidad o
falta de criterio.
Nada más lejos. Esa manera de actuar respondía, primero, a su ser
sacerdotal que ponía siempre por encima de todo. A título de ejemplo, admiró,
sin complejos ni miedo al qué dirán, a Juan Pablo II y vio en él el gran don
que Dios hacía a su Iglesia. Después porque creía en el diálogo y en la
posibilidad de cada persona de ser y hacer algo mejor.
Que no siempre acertó o que su intuición no llegó a buen fin en
algunos momentos, no desmerece en absoluto de su rica personalidad y de su honestidad
personal con todo el que se acercó a él.
Su rica cultura y su pensamiento, le llevó a estar muy atento al mundo
que le rodeaba, contemplándolo desde su fe en Cristo, esperanzadamente. Aún en
momentos difíciles o complicados, no perdía el sentido del humor, sabiendo
aceptar las situaciones que le tocaban vivir. Su grandeza personal le hacía
estar con la misma naturalidad y respeto con toda clase de personas,
tratándolas con cercanía y afabilidad.
Sus cualidades personales y su conocimiento de la Diócesis
hicieron que fuera nombrado Obispo Auxiliar del Arzobispo Ricardo M. Carles,
debiendo ocuparse, además de la demarcación episcopal que tenía, de Moderar la
Curia Diocesana.
Como Obispo trató de mejorar el ambiente diocesano, preocupándose
por las tan necesarias vocaciones sacerdotales y los sacerdotes jóvenes. Trató
de que cada sacerdote diese lo mejor de sí mismo y el respeto y el diálogo
nunca le faltó. Su despacho y su corazón siempre estaba abierto, escuchando a
todo el mundo y a todas las tendencias.
Consciente de las dificultades que le rodeaban y con la mente lúcida,
tuvo que padecer la incomprensión de personas que no tenían su grandeza de
miras. Trató siempre de no traicionar su conciencia y no guiarse por intereses
ajenos a su seguimiento de Jesucristo. No dejaba de admirarse, desde su larga
experiencia humana y pastoral, de las ambiciones y estilos de vida poco
apropiados a seguidores del Evangelio.
Buen conversador, le gustaba preguntar y escuchar. Su trato afable
y amical hacía que se crease un ambiente propicio a la apertura del corazón y a
la confidencia. Fue siempre fiel amigo de sus amigos. Con todas las
consecuencias.
Hoy, los trazos generales de su personalidad humana y pastoral, a
los cinco años de su traspaso a la casa del Padre, siguen siendo muy válidos
para nosotros.
Francisco Prieto, pbro
Rector de la Parròquia de Sant Isidre